CAPITULO 15
(Tomado de la sección de comentarios y apéndices a “La Santa Biblia en Su orden original—Una versión fiel con comentario”, segunda edición.)
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La ubicación original de las Epístolas Generales
en el Nuevo Testamento
Por
Fred R. Coulter
En casi todas las versiones o traducciones del Nuevo Testamento, las Epístolas Generales se encuentran después del libro de Hebreos y antes del libro de Apocalipsis. Pero esa no fue la ubicación original de las siete Epístolas Generales.
Pocas personas que leen el Nuevo Testamento se dan cuenta de que en su canonización original por los apóstoles de Jesucristo—Pablo, Pedro y Juan—las Epístolas Generales fueron colocadas inmediatamente después del libro de los Hechos y antes de la Epístola a los Romanos. Ese es el orden apropiado de los libros del Nuevo Testamento, “inspirados” por Dios el Padre y Jesucristo. Hasta el día de hoy, el Texto Bizantino del Nuevo Testamento conserva el orden correcto de los libros.
La disposición original de los libros del Nuevo Testamento es bien conocida por los eruditos y críticos textuales. Como afirma una obra académica: “Ya sea que las copias contengan todo o parte del volumen sagrado, el orden general de los libros es el siguiente: Evangelios, Hechos, Epístolas Católicas [título que los eruditos han dado a las Epístolas generales—no son epístolas escritas por los padres de la iglesia católica—la palabra católico en este sentido significa General o Universal], Epístolas Paulinas, Apocalipsis [el libro del Apocalipsis]” (Scrivener, Introduction to the Criticism of the New Testament, 4th ed, vol. 1, p. 72).
En su diccionario de la Biblia, Hastings muestra que incluso los eruditos involucrados en la alta crítica reconocen la ubicación original de las Epístolas Generales. Afirma: “Ésta es la posición que [las Epístolas generales anteriores a las de Pablo] les asignaron en las ediciones críticas de Lachmann, Tischendorf, Tregelles, Westcott y Hort” (Dictionary of the Bible, sv “Catholic Epistles”, vol. 1, p. 360).
Los eruditos atribuyen la ubicación original de las Epístolas Generales a la gran reputación que tenían sus autores entre la iglesia primitiva del Nuevo Testamento. Con respecto a la ubicación de las Epístolas Generales, leemos: “En nuestro Nuevo Testamento en inglés, las Epístolas Generales están ubicadas cerca del final del volumen, justo antes del Libro del Apocalipsis. Los manuscritos griegos los sitúan, por regla general, inmediatamente después de los Evangelios y los Hechos, y antes de los escritos de Pablo. Sin duda, esto fue en reconocimiento del hecho de que llevaban los nombres de los apóstoles que estaban directamente asociados con Jesús y cuya autoridad, por lo tanto, podría considerarse superior a la de Pablo. De acuerdo con este principio, se concedió el primer lugar a la Epístola de Santiago. Se suponía que su autor no era otro que Santiago, el propio hermano del Señor” (The Literature of the New Testament, págs. 209-210).
Si bien reconocemos el papel que jugó la alta posición de los apóstoles en la ubicación de las Epístolas Generales, debemos tener cuidado de no ver su ubicación original como una cuestión de opinión humana. No fue el juicio humano sino la “inspiración” divina lo que guió la ubicación original de estas Epístolas entre los libros del Nuevo Testamento.
El propósito divino en la ubicación
original de las epístolas generales
Las Epístolas Generales, que originalmente se ubicaron después del libro de los Hechos y antes de la Epístola a los Romanos, enseñan claramente que la obediencia a las leyes y mandamientos de Dios es un requisito de todos los cristianos y es esencial para la salvación. Las Epístolas Generales sientan una base bíblica firme para comprender las palabras de Pablo acerca de ley y gracia, no sólo en la Epístola a los Romanos sino también en sus otras Epístolas. Si los traductores del Nuevo Testamento hubieran conservado el orden original de las Epístolas apostólicas, tal vez las enseñanzas de las Escrituras relativas a la gracia y la observancia de la ley no habrían sido tan universalmente mal interpretadas.
Si bien las Epístolas Generales son relativamente cortas, contienen instrucciones claras y fáciles de entender para la vida cristiana. En la primera Epístola, escrita por el apóstol Santiago, leemos: “Luego sean hacedores de la Palabra, y no solamente oidores, engañándose ustedes mismos, porque si alguno es un oidor de la Palabra y no un hacedor, éste es como un hombre considerando su rostro natural en un espejo, quien, después de mirarse a sí mismo, se fue y de inmediato olvidó cómo era. Pero aquel quien ha mirado en la perfecta ley de libertad, y ha continuado en ella, éste mismo no se ha vuelto un oidor olvidadizo, sino que es un hacedor de la obra. Éste será bendito en sus acciones” (Santiago 1:22-25).
Santiago muestra que los cristianos que verdaderamente entienden la ley de la libertad y quieren recibir las bendiciones de Dios guardarán todos los mandamientos de Dios. Santiago deja explícitamente claro que quebrantar incluso uno de estos mandamientos es pecado. Él escribe: “Si ustedes están verdaderamente guardando la Ley Real de acuerdo a la escritura, “Amarán a su prójimo como a sí mismos,” están haciendo bien. Pero si tienen acepción de personas, están practicando pecado, siendo convictos por la ley como transgresores; porque si cualquiera guarda toda la ley, pero peca en un aspecto, se hace culpable de todo. Porque Quien dijo, “No cometerán adulterio,” también dijo, “No cometerán asesinato.” Ahora, si ustedes no cometen adulterio, pero cometen asesinato, se han hecho transgresores de la ley. En esta manera hablen y en esta manera compórtense: como aquellos que están a punto de ser juzgados por la ley de libertad” (Santiago 2:8-12).
Después de las poderosas palabras de Santiago, encontramos las Epístolas de Pedro, que confirman que se requiere obediencia a Dios de todos los creyentes. Pedro amonesta: “Como hijos obedientes, no se conformen a la antigua lujuria, como hicieron en su ignorancia. Sino así como Quien los ha llamado es santo, ustedes mismos también sean santos en toda su conducta. Porque está escrito, “Sean santos porque Yo soy santo.” Y si ustedes invocan al Padre, Quien juzga de acuerdo a la obra de cada hombre sin acepción de personas, pasen el tiempo de viaje de su vida en el temor de Dios” (I Pedro 1:14-17).
Después de los escritos de Pedro están las palabras inspiradas de Juan, que dejan absolutamente claro que el cumplimiento de los mandamientos es necesario para la salvación. Juan declara: “Y por este estándar sabemos que lo conocemos: si guardamos Sus mandamientos. Aquel que dice, “lo conozco,” y no guarda Sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Por otro lado, si cualquiera está guardando Su Palabra, verdaderamente en aquel el amor de Dios está siendo perfeccionado. Por este medio sabemos que estamos en Él. Cualquiera que reclame vivir en Él está obligándose a sí mismo también a caminar incluso como Él mismo caminó” (I Juan 2:3-6).
Juan muestra que es un grave error afirmar que los cristianos no necesitan guardar los mandamientos de Dios. Él deja en claro que aquellos que enseñan esta falsa vista en realidad están ¡promoviendo el pecado! Juan proclama: “Todo aquel que practica pecado está también practicando ilegalidad, pues pecado es ilegalidad [RVR, “pecado es infracción de la ley”]” (I Juan 3:4).
Después de las exhortaciones de Santiago, Pedro y Juan viene una advertencia urgente del apóstol Judas de estar en guardia contra aquellos que promueven la ilegalidad. Judas escribe: “Amados, cuando estaba personalmente ejerciendo toda mi diligencia para escribirles concerniente a la común salvación, fui impulsado a escribirles, exhortándolos a pelear fervientemente por la fe, la cual una vez por todo tiempo ha sido entregada a los santos. Porque ciertos hombres se han deslizado sigilosamente, aquellos de quienes hace tiempo ha sido escrito, condenándolos a este juicio. Ellos son hombres impíos, quienes están pervirtiendo la gracia de nuestro Dios, convirtiéndola en libertinaje, y están negando personalmente al único Señor Dios y a nuestro Señor Jesucristo” (Judas 3-4).
Estas citas seleccionadas de las Epístolas Generales, que revelan claramente que se requiere que todos los cristianos guarden los mandamientos, deberían darle al lector una mejor comprensión de por qué Dios inspiró a los apóstoles que compilaron el Nuevo Testamento a colocar estas 7 Epístolas antes de la Epístola del apóstol Pablo a los Romanos. La Epístola a los Romanos contiene algunas enseñanzas muy difíciles de entender sobre ley y gracia. Pedro escribió: “Y tengan en mente que la paciencia de nuestro Señor es salvación, exactamente como nuestro amado hermano Pablo, de acuerdo a la sabiduría dada a él, les ha escrito también; como él también tiene en todas sus epístolas, hablando en ellas concerniente a estas cosas; en las cuales están algunas cosas que son difíciles de entender, las cuales el ignorante e inestable está torciendo y distorsionando, como también tuerce y distorsiona el resto de las Escrituras, para su propia destrucción” (II Pedro 3:15-16).
Poco antes del fin de la era apostólica, falsos apóstoles y falsos profesores desde dentro de las iglesias de Dios estaban distorsionando las palabras de los verdaderos apóstoles de Jesucristo y estaban ¡cambiando la verdad de Dios en una mentira! Como advirtió Judas, estaban convirtiendo la gracia de Dios en lascivia—licencia para pecar—al enseñar que las leyes de Dios ya no estaban en efecto. El apóstol Juan identificó esta creciente apostasía, encabezada por “muchos anticristos”, como “el espíritu de error” o “el espíritu de engaño”.
Los primeros cristianos estaban siendo confundidos por enseñanzas seductoras y falsas doctrinas promulgadas por este espíritu de error y engaño. Muchos anticristos enseñaban que Jesucristo no vino en la carne, que los humanos no tienen naturaleza pecaminosa y que no es necesario guardar los mandamientos para la salvación. A través de estas y otras doctrinas falsas, una nueva pseudogracia estaba sustituyendo la gracia de Dios hacia una vida justa a través de Jesucristo.
Para combatir estas doctrinas satánicas, el apóstol Juan fue inspirado a escribir la verdad de Dios en un lenguaje sencillo pero poderoso. Enseñó claramente la obediencia a los mandamientos de Dios, el perdón de los pecados, la plenitud del amor de Dios, el verdadero significado del amor fraternal y el llamado eterno a ser hijos de Dios. Las palabras de Juan dejan absolutamente claro que el destino de los hijos de Dios es llegar a ser como Dios es, ¡a través del profundo y magnífico amor de Dios!
El orden de las Siete Epístolas Generales
Las Epístolas Generales comienzan con la Epístola de Santiago, un apóstol líder y hermano de Jesucristo. Su Epístola es seguida por las de Pedro y Juan, cuyas enseñanzas también tuvieron gran peso en la Iglesia primitiva del Nuevo Testamento. Al describir sus primeros contactos con estos apóstoles líderes en Jerusalén, el apóstol Pablo muestra la gran reputación que tenían. Encontramos este relato en la Epístola a los Gálatas, donde Pablo describe su llamado personal por Cristo—separado de los otros apóstoles—y cuenta cómo conoció a Santiago, Pedro y Juan.
Después de escribir sobre su llamamiento, Pablo relata su primer contacto con Pedro y Santiago: “Me fui a Arabia [donde fue enseñado personalmente en visiones por Jesucristo], y regresé nuevamente a Damasco. Luego después de tres años [desde que fue a Arabia], subí a Jerusalén para llegar a estar familiarizado con Pedro, y permanecí con él quince días. Pero no vi a ninguno de los otros apóstoles, excepto a Santiago el hermano del Señor” (Gálatas 1:17-19).
No fue hasta catorce años después, cuando hubo una disputa sobre la circuncisión, que Pablo visitó nuevamente a los apóstoles en Jerusalén. Él escribe: “Luego después de catorce años subí nuevamente a Jerusalén con Barnabás, tomando también a Tito conmigo. Y subí de acuerdo a una revelación, y coloqué ante ellos el evangelio que predico entre los gentiles, pero privadamente a aquellos de reputación, no sea que por cualquier medio debería estar corriendo, o hubiera corrido en vano. (Pero en verdad, Tito, quien estaba conmigo, siendo un griego, no estaba obligado a ser circuncidado.)
“Ahora, esta reunión fue privada por causa de falsos hermanos traídos en secreto, quienes entraron a escondidas para expiar nuestra libertad la cual tenemos en Cristo Jesús, para poder traernos a esclavitud; a quienes no cedimos en sujeción, ni siquiera por una hora, para que la verdad del evangelio pudiera continuar con ustedes. Pero el evangelio que predico no vino de aquellos con reputación de ser algo. (Cualquier cosa que fueran no hace ninguna diferencia para mí; Dios no hace acepción de persona.) Porque aquellos quienes son de reputación nada me confirieron.
“Pero por el contrario, tras ver que yo había sido confiado con el evangelio de la incircuncisión, exactamente como Pedro había sido confiado con el evangelio de la circuncisión; (porque Quien forjó en Pedro para el apostolado de la circuncisión también forjó en mí hacia los gentiles;) y tras reconocer la gracia que me fue dada, Santiago y Cefas [Pedro] y Juan—aquellos considerados ser pilares—nos dieron a mí y a Barnabás las manos diestras de compañerismo, afirmando que deberíamos ir a los gentiles, y ellos a la circuncisión.” (Gálatas 2:1-9).
Note el orden en que el apóstol Pablo lista a estos apóstoles líderes: Santiago, el hermano del Señor, y luego Pedro y Juan. El orden en el relato de Pablo nos da un indicio de la posición de estos tres apóstoles, quienes fueron considerados pilares en los primeros días de la iglesia en Jerusalén. No es casualidad que el orden de las siete Epístolas Generales siga la misma secuencia: Santiago, I y II Pedro y I, II y III Juan.
Las Epístolas Generales también incluyen la Epístola del apóstol Judas, quien fue otro hermano de Jesucristo. La Epístola de Judas es colocada después de las Epístolas de Juan. Si bien ni el Nuevo Testamento ni la historia de la Iglesia primitiva revelan cuándo Judas fue hecho apóstol, fue—como en el caso de Pablo—después de Pedro y Juan. Pedro y Juan estuvieron entre los doce originales elegidos por Jesucristo y fueron reconocidos como apóstoles líderes, junto con Santiago. En consecuencia, en la secuencia de las Epístolas Generales, encontramos la Epístola de Judas colocada después de la de Santiago, Pedro y Juan.
El orden de estas Epístolas también sigue una secuencia de temas que se ajusta a la revelación de la Escritura a través de Pablo. En su Primera Epístola a los Corintios, el apóstol Pablo lista los tres aspectos más importantes de la verdadera creencia y práctica cristiana: “Y ahora, estos tres permanecen [son cualidades espirituales vivas]: fe, esperanza y amor; pero el más grande de estos es el amor” (I Corintios 3:13).
Encontramos que Dios también inspiró que los temas de las Epístolas Generales siguieran el mismo orden. El tema de la primera de las Epístolas Generales, escrita por el apóstol Santiago, es fe. El tema de las siguientes dos Epístolas, escritas por el apóstol Pedro, es esperanza. Las tres Epístolas que siguen a la de Pedro fueron escritas por el apóstol Juan. No es coincidencia que el tema de sus tres epístolas sea el amor.
El orden de estos tres temas es evidencia adicional de la poderosa inspiración de Dios en la escritura de las Epístolas Generales. Estos temas reflejan el proceso continuo del crecimiento espiritual de un cristiano hacia la madurez en Cristo Jesús.
El tema de Santiago: Fe
El creyente debe comenzar su camino cristiano por fe. Esta fe se basa en una creencia personal en Dios el Padre y Jesucristo. Cada creyente debe aceptar personalmente el sacrificio de Jesucristo para el perdón de los pecados por gracia a través de fe.
Este primer paso en el crecimiento espiritual fue enseñado no sólo por Santiago sino por todos los apóstoles. Pablo lo explicó muy claramente cuando escribió: Porque por gracia han sido salvos a través de fe, y esta no es de ustedes mismos; es el regalo de Dios, no de obras [sus propias obras humanas], para que nadie pueda jactarse. Porque somos Su hechura, siendo creados en Cristo Jesús hacia las buenas obras [basadas en la Palabra de Dios y la fe] que Dios ordenó de antemano [para vivir por cada palabra de Dios] para que pudiéramos caminar en ellas” (Efesios 2:8-10).
La verdadera fe en Jesucristo llevará a cada creyente a seguir Sus pasos, caminando en obediencia a los mandamientos del Padre, como lo hizo Jesús, y haciendo las mismas buenas obras. El apóstol Santiago muestra que una fe que no produce obediencia y buenas obras no tiene valor a los ojos de Dios. Santiago escribió esto acerca de la fe: “Hermanos míos, ¿qué bien hace si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Es la fe capaz de salvarlo? Ahora entonces, si hubiera un hermano o hermana quien está desnudo y destituido de alimento diario, y uno de ustedes les dice, “Vayan en paz; sean calentados y sean saciados,” y no les da las cosas necesarias para el cuerpo, ¿qué bien es ese?
“En la misma manera también, fe, si no tiene obras, es muerta, por si misma. Pero alguien va a decir, “Usted tiene fe, y yo tengo obras.” Mi respuesta es: Usted pruébeme su fe a través de sus obras, y yo le probaré mi fe a través de mis obras. ¿Creen ustedes que Dios es uno? Hacen bien en creer eso. Incluso los demonios creen—y tiemblan de miedo. ¿Pero está dispuesto a entender, Oh hombre tonto, que fe sin obras es muerta? ¿No fue Abraham nuestro padre justificado por obras cuando ofreció a Isaac, su propio hijo, sobre el altar?
“¿No ven que la fe estaba trabajando juntamente con sus obras, y por obras su fe fue perfeccionada? Y la escritura fue cumplida la cual dice, “Ahora, Abraham le creyó a Dios, y le fue contado por justicia”; y fue llamado un amigo de Dios. Ven, entonces, que un hombre es justificado por obras, y no por fe solamente” (Santiago 2:14-24).
La Epístola de Santiago da al cristiano verdaderamente convertido instrucciones claras sobre cómo crecer desde una creencia inicial en Dios hasta una fe madura, activa y viva como la de Abraham, el padre de los fieles.
El tema de Pedro: Esperanza
Las Escrituras muestran que la esperanza se construye sobre el fundamento de la fe. Pedro describe esta esperanza como “una esperanza viva” porque es manifestada en la forma en que un cristiano vive su vida. Pablo toca este mismo tema en su Epístola a los Romanos, donde muestra que Abraham vivió no sólo por la fe—la verdadera fe espiritual que agrada a Dios—sino también por esperanza.
“Por esta razón es de fe, para que pudiera ser por gracia, a fin de que la promesa pudiera ser segura a toda la semilla—no solamente a aquel que es de la ley, sino también al que es de la fe de Abraham, quien es el padre de todos nosotros, (exactamente como está escrito: “Yo te he hecho padre de muchas naciones.”) delante de Dios en Quien creyó, Quien da vida a los muertos y llama las cosas que no son como si fueran.
“Y quien contra esperanza creyó en esperanza, para poder llegar a ser padre de muchas naciones, de acuerdo a eso que fue hablado, “Así será tu semilla.” Y él, no siendo débil en la fe, no consideró su propio cuerpo, ya habiendo llegado a estar muerto, siendo más o menos de cien años de edad, ni consideró la falta de vida de la matriz de Sara; y no dudó la promesa de Dios a través de incredulidad; sino que, fue fortalecido en la fe, dando gloria a Dios; porque estaba completamente persuadido que lo que Él ha prometido, es también capaz de hacer” (Romanos 4:16-21).
La esperanza tiene sus raíces en la fe, pero fe viene primero. Así mismo, Dios inspiró los temas de las Epístolas Generales para que siguieran el mismo orden: primero fe, luego esperanza. En sus Epístolas, el apóstol Pedro muestra que esta esperanza se basa en la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Pedro comienza su primera Epístola:
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Quien, de acuerdo a Su abundante misericordia, nos ha engendrado otra vez hacia una esperanza viva a través de la resurrección de Jesucristo de los muertos; hacia una herencia incorruptible y sin mancha e inmarcesible, reservada en el cielo para nosotros, quienes estamos siendo guardados por el poder de Dios a través de la fe, para la salvación que está lista a ser revelada en los últimos tiempos” (I Pedro).
Las palabras de Pedro muestran cómo nuestra fe en Jesucristo conduce a la fe y la esperanza en Dios el Padre. Pedro declara que fuimos redimidos “…por la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin defecto y sin mancha; Quien verdaderamente fue conocido de antemano antes de la fundación del mundo, pero fue manifestado en estos últimos tiempos por amor a ustedes; incluso por ustedes quienes a través de Él creen en Dios, Quien lo levantó de los muertos y le dio gloria, para que su fe y esperanza pudieran estar en Dios” (versos 19-21).
Pedro continúa mostrando que siempre debemos tener esperanza en Dios el Padre y Jesucristo, sin importar las circunstancias que nos cerquen. Él exhorta: “Sino santifiquen al Señor Dios en sus propios corazones, y siempre estén preparados a dar una respuesta a cualquiera que les pregunte la razón de la esperanza que está en ustedes, con mansedumbre y reverencia” (I Pedro 3:15).
Pedro cierra su primera Epístola con algunas de las palabras de esperanza más reconfortantes de las Escrituras para aquellos que han estado sufriendo. “Ahora, pueda el Dios de toda gracia, Quien nos ha llamado a Su gloria eterna en Cristo Jesús, después de que hayan sufrido un poco, Él mismo perfeccionarlos, establecerlos, fortalecerlos, y asentarlos” (I Pedro 5:10).
El tema de Juan: Amor
Así como Santiago se centra en la fe y Pedro en la esperanza, Juan se centra en el tema del amor. El orden de estos tres temas es apropiado porque son fe y esperanza los que llevan a cada cristiano al amor de Dios. El amor es el don espiritual más grande, impartido gratuitamente por Dios el Padre a todo verdadero creyente a través de la fe y la esperanza en Jesucristo. El apóstol Pablo expresa esta profunda verdad espiritual de la siguiente manera:
“Por tanto, habiendo sido justificados por fe, tenemos paz con Dios a través de nuestro Señor Jesucristo. A través de Quien también tenemos acceso por fe a esta gracia en la cual permanecemos, y nos jactamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no solo esto, sino también nos jactamos en las tribulaciones, dándonos cuenta que la tribulación da a luz resistencia, y la resistencia da a luz carácter, y el carácter da a luz esperanza. Y la esperanza de Dios nunca nos avergüenza porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones a través del Espíritu Santo, el cual nos ha sido dado” (Romanos 5:1-5).
¡Qué maravillosa progresión de fe, esperanza y amor que Dios nos da por Su gracia a través del Espíritu Santo!
No es coincidencia que el apóstol Juan, a quien Jesús amaba, escribiera más sobre el amor en su Evangelio y sus Epístolas que los otros apóstoles. Las palabras de Juan revelan el profundo amor de Dios de una manera muy personal y muestran por qué Su amor es el regalo más grande de todos. El verso más memorizado y citado con mayor frecuencia en toda la Biblia fue escrito por el apóstol Juan: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:16, RVR).
Juan 3:16 es tan publicitado universalmente que incluso en eventos deportivos televisados, casi siempre se ve un letrero o cartel con este verso. Si bien este uso común del verso puede parecer trivializar las Escrituras, no debemos permitir que reste valor al significado profundo de estas palabras que Dios inspiró a Juan a escribir en su Evangelio.
Aunque mucho más cortas y no tan conocidas como su Evangelio, las Epístolas de Juan contienen muchos pasajes e incluso capítulos enteros que exponen el amor de Dios. Al describir la inmensurable riqueza y plenitud de Su amor, Juan muestra que el amor de Dios es el fundamento de la esperanza del creyente:
“¡He aquí! ¡Que glorioso amor nos ha dado el Padre, que deberíamos ser llamados los hijos de Dios! Por esta misma razón, el mundo no nos conoce porque no lo conoció a Él. Amados, ahora somos los hijos de Dios, y no ha sido revelado aun lo que seremos; pero sabemos que cuando Él sea manifestado, seremos como Él, porque lo veremos exactamente como Él es. Y todo el que tiene esta esperanza en Él se purifica a sí mismo, incluso como Él es puro” (I Juan 3:1-3).
Juan continúa mostrando que el amor de Dios es Su atributo más abarcador y la esencia misma de Su naturaleza. Las palabras de Juan dejan claro que aquellos que verdaderamente tienen el amor de Dios morando en ellos manifestarán ese amor amándose unos a otros. Él declara: “Amados, deberíamos amarnos unos a otros porque el amor es de Dios; y todo el que ama ha sido engendrado por Dios, y conoce a Dios. Aquel que no ama no conoce a Dios porque DIOS ES AMOR” (I Juan 4:7-8).
Juan enfatiza que el amor de Dios, que nos es dado gratuitamente, no sólo nos permite sino que nos obliga a amarnos unos a otros. Él declara: “En esta manera el amor de Dios fue manifestado hacia nosotros: que Dios envió Su único Hijo engendrado al mundo, para que pudiéramos vivir a través de Él. En este acto está EL AMOR—no que nosotros amamos a Dios; sino, que Él nos amó y envió a Su Hijo para ser la propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos amó tanto, nosotros también estamos obligados a amarnos unos a otros” (I Juan 4:9-11).
El pináculo más elevado del crecimiento espiritual es morar en el amor y tener el amor de Dios perfeccionado en nosotros. Juan muestra que esta perfección espiritual se logra mediante la morada del Espíritu Santo:
“Nadie ha visto a Dios en ningún momento. Aun así, si nos amamos unos a otros, Dios vive en nosotros, y Su propio amor es perfeccionado [completado] en nosotros. Por este estándar sabemos que estamos viviendo en Él, y Él está viviendo en nosotros: por Su propio Espíritu, el cual nos ha dado.
“Y hemos visto por nosotros mismos y dado testimonio que el Padre envió al Hijo como el Salvador del mundo. Quienquiera que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios vive en él, y él en Dios. Y hemos conocido y hemos creído el amor que Dios tiene hacia nosotros. DIOS ES AMOR, y aquel que vive en amor está viviendo en Dios, y Dios en él. Por esta relación espiritual, el amor de Dios es perfeccionado dentro de nosotros, para que podamos tener confianza en el día de juicio porque incluso como Él es, así también somos nosotros en este mundo” (I Juan 4:12-17).
Las palabras de Juan en realidad abarcan los tres temas de las Epístolas Generales al mostrar cómo la fe y la esperanza conducen al verdadero amor espiritual. Como revela Juan, el proceso de ser perfeccionado en el amor de Dios lleva a cada creyente a una estrecha relación personal con Dios el Padre y Jesucristo para que pueda superar el miedo, el odio e incluso la fragilidad humana. Juan escribe: “No hay temor en el amor de Dios; sino, el amor perfecto echa fuera el temor porque el temor tiene tormento. Y aquel que teme no ha sido perfeccionado en el amor de Dios.
“Nosotros lo amamos porque Él nos amó primero. Si cualquiera dice, “Yo amo a Dios,” y odia a su hermano, es un mentiroso. Porque si no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo es capaz de amar a Dios a Quien no ha visto? Y este es el mandamiento que tenemos de Él: que aquel que ame a Dios debería también amar a su hermano” (I Juan 4:18-21).
Juan pone de relieve el amor de Dios cuando escribe que aquellos que aman a Dios y tienen el amor de Dios morando en ellos guardarán Sus mandamientos. “Por este estándar sabemos que amamos a los hijos de Dios: cuando amamos a Dios y guardamos Sus mandamientos. Porque este es el amor de Dios: que guardemos Sus mandamientos; y Sus mandamientos no son pesados” (I Juan 5:2-3).
Las enseñanzas del apóstol Juan y de todos los escritores de las Epístolas Generales están claramente basadas en las enseñanzas personales de Jesucristo acerca del amor de Dios y los mandamientos de Dios, como se registra en el Evangelio de Mateo: “Y Jesús le dijo, “ ‘Amarán al Señor su Dios con todo su corazón, y con toda su alma, y con toda su mente.’ Este es el primero [principal] y más grande mandamiento; y el segundo es como este: ‘Amarán a su prójimo como a ustedes mismos.’ De estos dos mandamientos pende toda la Ley y los Profetas” (Mateo 22:37-40).
Para ayudarnos a comprender plenamente las enseñanzas de Jesucristo, Dios inspiró las Epístolas Generales para que fueran escritas y preservadas para nosotros en Su Palabra. Incluso la secuencia de sus temas muestra la planificación divina y confirma la disposición inspirada de estas 7 Epístolas.
La advertencia de Judas
La Epístola de Judas es la séptima y última de las Epístolas Generales. La Epístola de Judas es una severa advertencia contra los falsos profesores y profetas que buscan destruir la verdadera fe, esperanza y amor tal como lo enseñaron los apóstoles de Jesucristo. La amonestación final de Judas incluye un ferviente llamamiento a los verdaderos creyentes para que permanezcan en la fe y el amor de Dios mientras continúan en la esperanza de la vida eterna:
“Pero ustedes, amados, recuerden las palabras que fueron habladas antes por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo; porque ellos les dijeron que en los últimos tiempos habrían burladores, quienes estarían caminado egoístamente de acuerdo a sus propias lujurias impías.… Pero ustedes, amados, estén edificándose a sí mismos en su fe más santa, orando en el Espíritu Santo, para que se guarden así mismos en el amor de Dios mientras están esperando personalmente la misericordia de nuestro Señor Jesucristo hacia vida eterna” (Judas 17-18, 20-21).
La advertencia de Judas a los verdaderos cristianos es una conclusión apropiada para las Epístolas Generales y confirma aún más la disposición inspirada de estas Epístolas, que son tan vitales para nuestra comprensión de la fe, la esperanza y el amor verdaderos.